domingo, 3 de octubre de 2010
The Big Fish : el arte del buen mentir
En el film " The Big Fish", Tim Burton nos habla de la importancia de la fantasía, y de cómo la realidad puede mejorarse con exageraciones y mentiras. Lyendo una biografía de Loenardo Favio, el mismo cuenta que acabó siendo director de cine estimulado por las mentiras de sus amigos del pueblo, que le inventaban leyendas acerca de Buenos Aires, la lejana gran ciudad. Es cierto lo que decía un viejo periodista : " Nunca dejes que la verdad te arruine un buen relato".
Esto cuenta Favio:
"-¿Cómo era para vos Buenos Aires cuando vivías en Mendoza?
- Lo había visto un poco, desde dentro del Hogar El Alba, y cuando me escapé, durante los seis meses que pasé en la pensión donde vivía mi mamá, antes de volver a Mendoza. Pero para mí esa ciudad no era Buenos Aires. La verdadera Buenos Aires era la que nos mentía, allá en Luján, el Manco Bastías. Nos reuníamos a escuchar sus historias, que todos sabíamos que eran inventadas pero jugábamos a que nos las creíamos. Total... después de todo, ¿qué importaba que fueran ciertas o no, si eran maravillosas? Nos contaba que él había llegado a Buenos Aires y veía a las mujeres rubias y blancas que tomaban sol desnudas en las terrazas. Sabíamos perfectamente que el Manco Bastías nunca había estado en Buenos Aires y que, a lo sumo, habría estado dos veces en la ciudad de Mendoza. Su reino era Luján. Nunca salió de Luján. Pero era irresistible su historia de cuando lo conoció a Gatica en su inmenso palacio. Decía que había tenido que pasar cuatro puertas custodiadas por mayordomos para llegar al gran salón donde lo recibió. Gatica estaba solo, sentado en un trono dándole bombones a un bulldog. ¿Qué carajo importaba que fuera verdad o mentira si después de todo ése era Gatica? El Manco también nos hablaba de cuando conoció Mar del Plata. “Vos llegás y todo está lleno de palacios, palacios, palacios de mármol, y yo me llené de guita yendo casa por casa y pidiendo la ropa que les sobrara. Me tiraban smokings, jackets, camisas de seda”, nos decía. ¿Cómo no me iba a atrapar su cuento si el agua más lejana que yo había conocido era la de las acequias de Mendoza? Si no tenés imaginación ni sueños, ni un poco de poesía adentro, le decís: “Callate, negro mentiroso”. Pero la apuesta era quedarte callado, mirarlo, y soñar con él que esas rubias existían. Y yo después iba y les mentía a otros que había visto esas mujeres cuando había estado en Buenos Aires. Qué divino era el Manco Batías, era el más mentiroso de Mendoza. Nunca conocí a un mentiroso de tanta imaginación. Tenía una mujer muy bonita, rubia, hija de italianos. Era un tipo buen mozo, y en esa época tendría veinticinco, veintiséis años. Los domingos lo veías en la plaza rodeado de vagos y contando mentiras. Bueno, mentiras no, sueños. Siempre llegaba el momento en que alguno le pedía: “Manco, contá de cuando te casaste”. Ahí él entraba a contar su casamiento: “Yo, un negro de mierda, no podía creer tener esa virgen tan rubia. Cuando llegaba a mi casa le decía: desnudate, mamita, y la veía rubia como una diosa blanca”, y seguía transfiriéndonos todos sus ratones que, por lo general, a la noche estallaban en nuestras camas, porque -la verdad- era muy bonita la mujer del Manco."
Es siempre mejor contar que uno pescó un pescado así de grande.
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