Entrevista a Flor por la revista Para Ti 19/08/05
Madame Bovary leía novelas románticas para evadirse, entre otras cosas, del tedio que le producía la vida cotidiana. Como tantas mujeres, ella imaginaba a través de los libros historias de amor que se anudaban a sus propias fantasías. Pero para Florencia Bonelli (cordobesa, casada, 33 años) leer esas novelas e imaginarse esas historias supuso, finalmente, terminar por escribirlas. “La vocación por la escritura me nació a los 27 años –cuenta la autora-. Yo soy contadora pública y estaba trabajando muy bien con mi profesión, pero muchas veces, incluso en la oficina, empezaba a imaginarme historias románticas. `¿Y por qué no las escribís?´, me sugirió mi esposo cuando le hablé del tema. `¿Y por qué no?´, me dije. Y así empezó todo”.
Lectora infatigable de novelas de amor, Florencia descubrió el género nada más y nada menos que con Jane Eyre, de Charlotte Brönte, un libro que comenzaría a trazar el camino que la llevaría a escribir novelas histórico-románticas. “Pienso que las mujeres hemos sido tradicionalmente lectoras de este tipo de novelas porque no encontramos romanticismo en la vida cotidiana. El amor, el erotismo, las aventuras y los desencuentros que una halla en estos libros no se dan en la vida de todos los días. La rutina de la casa, el trabajo y los problemas son cosas que hacen trizas el romanticismo, por eso no me interesa escribir sobre cosas rutinarias. ¡La vida cotidiana es tan aburrida!”
–¿Qué te interesa a vos, como lectora, de las novelas románticas?–
A las lectoras de novelas románticas nos fascina el poder que puede tener el amor entre dos personas. Y es el hecho de que todos los días la gente se enamore lo que hace tan difícil que alguien pueda explicar qué es, en realidad, enamorarse. Al ser un género de entretenimiento (aunque no diría “pasatista”, porque suena peyorativo), la novela romántica nos sirve a las mujeres para desenchufarnos: son libros que una compra para leer en un fin de semana. Pero hoy en la Argentina es un género muy menospreciado. Acá se le pone la etiqueta de “novela rosa”. Hay mujeres que compran los libros y los dan vuelta en el mostrador para que no se les vea la tapa. No sé bien por qué, pero existen muchos prejuicios tanto acá como en los mercados latinoamericanos. Aunque si te fijás en los EE.UU., la novela romántica mueve mil millones de dólares al año.
–¿Ves esos prejuicios tanto en el público como en la crítica?–
Sin duda esos prejuicios son mayores del lado de los críticos. Cuando publiqué Indias blancas, hicimos un evento de firmas en una librería de la Capital y la gente de la editorial se quedó pasmada por la cantidad de mujeres que se acercó. Yo siempre digo que no hay lector más fiel que el de novelas románticas (aunque en general son lectoras, hay muy pocos hombres). Pero el menosprecio que hay acá hacia el género tiene que ver también con una gran miopía por parte del mercado. Sobre todo si pienso que cualquier mujer que empieza a leerlo enseguida se engancha.
–¿Creés, entonces, que hay una literatura de y para mujeres? –
Este es un género de y para mujeres. Es difícil que un hombre pueda escribir una novela romántica. Los hombres no tienen el romanticismo necesario para hacerlo. Algunas lectoras me han escrito preguntándome si existieron los protagonistas masculinos de mis novelas, quizá con el deseo de saber si ha habido en la realidad hombres tan románticos. Pero son invención mía... No sé si hay hombres así o si alguna vez los hubo. Y no creo que haya escritores de novelas románticas. Ese es un territorio de mujeres.
En 1998, Florencia Bonelli dejó de trabajar como contadora pública para dedicarse de lleno a su vocación de escritora, y en 1999 publicó Indias Blancas, su segunda novela (ver recuadro). “Yo tenía un trabajo magnífico, ganaba muy bien, pero quería dedicarme a lo mío. Ya las ciencias económicas no me llenaban y todos los días me impacientaba en la oficina cuando se acercaba la hora de irme a casa para seguir escribiendo”. Pero luego de una temporada en la que vivió en Europa, decidió volver a su antiguo trabajo porque ya no quiso seguir dependiendo econonómicamente de su marido. “Entonces hice una revisión y me di cuenta de que con mis libros gano poca plata, cuando en realidad siempre fui una persona que tuvo su propio dinero. Aunque sé que muy pocos escritores pueden vivir de lo que escriben en la Argentina. Y es que acá no lee casi nadie, y el que lo hace lee El Código da Vinci… como si no hubiera otro libro más que ese”.
–A diferencia de lo que pasó con la novela romántica, según decís, la novela histórica es un fenómeno de ventas. ¿Pensás que es una moda pasajera?–La novela romántica no va a pasar de moda mientras haya mujeres románticas. En cuanto al género histórico creo que tampoco, porque la gente ha descubierto que es una buena forma de aprender historia. Siempre estudiarla en la escuela fue un bodrio. Los libros y los profesores eran un bodrio. Y a través de la novela histórica la gente entendió que se puede aprender historia entreteniéndose.
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