El lector de una novela debe querer saber qué le va a pasar enseguida a los personajes en los que el autor lo ha interesado y, si no lo hace, no hay razón ninguna para que lea la novela del todo. Porque la novela, no me cansaré de repetirlo, no debe ser considerada un medio de instrucción o de enseñanza, sino una fuente de diversion inteligente.
No se debe escribir, por supuesto, como se habla; tampoco hablar como se escribe. No obstante, la lengua escrita sólo tiene vida y vitalidad en la medida en que se base con firmeza en el lenguaje corriente.
Somerset Maugham retratado por Graham Sutherland, 1949 (©Tate)
Así como en una novela no se pueden reproducir las conversaciones exactamente como tienen lugar en la vida real, sino que tienen que ser comprendidas de modo que sólo se den los puntos esenciales, concisa y claramente, de igual modo los hechos tienen que estar sujetos a cierta deformación para que estén de acuerdo con el plan del autor y mantegan así la atención de lector. Deben omitirse los incidentes no pertinentes; deben evitarse las repeticiones (y Dios sabe que la vida está llena de repeticiones); las ocurrencias y los acontecimientos que en la vida real estarían separados por un lapso de tiempo tienen, a menudo, que ser aproximados. Ninguna novela está enteramente libre de improbabilidades y los lectores se han acostumbrado tanto a las más usuales que las aceptan como cosas rutinarias. El novelista no puede hacer una transcripción real de la vida, nos pinta un cuadro que, si es un realista, trata de hacer parecido a la vida; y si creemos en él, es que él ha tenido éxito.
William Somerset Maugham, Diez novelas y sus autores
(Traducción de Nicolás Suescún, Grupo editorial Norma)
domingo, 23 de octubre de 2011
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