Primera medida precautoria del escritor: observar en cada texto, en cada pasaje, en cada párrafo si el motivo central aparece suficientemente claro. El que quiere expresar algo se halla tan embargado por el motivo, que se deja llevar sin reflexionar sobre él. Se está "con el pensamiento" demasiado cerca de la intención y se ovida decir lo que se quiere decir.
Ninguna corrección es tan pequeña o baladí como para no realizarla. Entre cien cambios, cada uno aisladamente podrá parecer pueril o pedante, pero juntos pueden determinar un nuevo nivel del texto.
Cuando muchas frases parecen variaciones de la misma idea, a menudo simplemente significan diferentes tentativas de plasmar algo de lo que el autor aún no es dueño. En cuyo caso debe elegirse la mejor formulación y con ella seguir trabajando.
El escritor no puede aceptar la distinción entre expresión bella y expresión exacta. Ni debe creerla en el receloso crítico ni tolerarla en sí mismo. Si consigue decir lo que piensa, en ello hay ya belleza.
El fárrago no es ningún bosque sagrado. Siempre es un deber eliminar las dificultades, que sólo surgen de la comodidad en la autocomprensión.
Theodor W. Adorno, "Minima moralia"
domingo, 23 de octubre de 2011
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