Los escritores deben sortear otro peligro para ejercer su oficio. Y es que tienen un oficio muy temido Lo primero que se destruye en tiempos de guierra son los libros del enemigo.
En 1562, un fraile franciscano que acompañó a Hernán Cortés en su viaje de conquista a México, mandó quemar todos los códices mayas para acelerar la evangelización cristiana. En una sola tarde, todos los registros culturales de una civilización entera quedaron en cenizas. Lo que se sabemos de los mayas se obtuvo de los cuatro únicos códices que quedaron intactos.
En 1914, el ejército alemán entró a la biblioteca gótica de la ciudad belga de Louvain para quemar 300.000 volúmenes, la mayoría manuscritos medievales.Lo que no quedó escrito del medioevo, lo tuvimos que inventar.
En los años ´70, el régimen del sangriento Pol Pot incineró todos los manuscritos de la antigua cultura camboyana. El Khmer Rouge llegó al extremo de ejecutar a las personas que poseyeran libros o que ostentaran marcas rojas en la nariz, signo indudable de que usaban lentes…para leer.
Los talibanes eliminaron la cultura afgana no fundamentalista, los romanos arrasaron con los libros de Cartago, los normados prohibieron el idioma sajón, los serbios quemaron los libros bosnios y la Santa Inquisición incineró toda la literatura infiel, la mora y la aborigen sudamericana.
Durante la dictaduras militares latinoamericanas de los ´70, mucha gente no esperó ser ejecutada por portación de libro : ellos mismos los quemaron con dolor, para deshacerse de las evidencias…de que eran seres pensantes .
A través de la historia se repite que cada ejército conquistador lo primero que hace es quemar bibliotecas, sabiendo que son la expresión pura de la identidad de cada civilización.
El temor al paganismo, al erotismo, al placer, a lo diferente, acabó con bibliotecas enteras en la hoguera . Los bibliófobos saben desde hace siglos lo que George Orwell escribió en 1984 “Quien controla el pasado controla el futuro, quien controla el presente controla el pasado”.
Si la novela “Farenheit 451” de Ray Bradbury nos estremeció tanto a todos los que amamos los libros fue porque en nuestra memoria atávica tenemos grabado el miedo a que nuestra cultura desaparezca consumida por las llamas del invasor. Estremece saber que ya nadie puede traducir lo poco que ha quedado de la escritura de la Isla de Pascua, la del valle del rio Indo, la lineal “A” cretense, ni el idioma etrusco. Pero todos hablamos inglés, que es el idioma de los que ganaron las últimas batallas. A sabiendas de que esta situación se repite en la historia una y otra vez , el gobierno de Noruega tomó sus recaudos: tiene una biblioteca escondida en un sitio secreto en el Ártico. Lo bien que hacen.
Escribir nunca es inocente. Siempre requiere un punto de vista, un compromiso, una ideología. Al escribir (novelas conmovedoras, propaganda para vencer, ensayos esclarecedores, mentiras para dominar) siempre se trata de manipular la mente del lector, de llevarlo por las narices adonde queremos, de meterlo en emociones y pensamientos exclusivamente nuestros, hasta – con suerte- acabar doblegando su opinión , para que piensen como nosotros.
Los creadores del exitoso ciberjuego Counter Strike idearon a principios de 2004 un juego llamado “Kill the authors” (“Mate a los autores”), en el que se invita a los jugadores a asesinar los figuras literarias más prominentes del mundo del videojuego. Se los puede ametrallar, sorprender por detrás y cortarles la garganta, cazarlos a la distancia con rifles de alta precisión o partirles el cráneo con un garrote. Usted elige. Los autores no están solos: tiene un ejercito de lunáticos dispuestos a mantenerlos vivos a cualquier costo.
Los escritores y sus seguidores siempre fueron temidos.
No es para menos. Ellos saben cómo cambiar la manera de pensar de los demás.
Pero los bibliófobos también cuentan con un perpetuo ejército enemigo: investigadores, estudiosos, historiadores, novelistas , siguen empeñados en rastrear el pasado de la emoción y la sinrazón humana, una y otra vez lo plasman en tinta sobre papel , una y otra vez rescatan los documentos de las cenizas. Y – para desesperación de los quemadores de libros- lo que no saben , lo inventan, en ocasiones de manera tan feliz que, sin saberlo, rescatan el pasado tal cual fue , como si nunca, jamás, ningún libro hubiera sido quemado. Ejemplo de esto es la experiencia que tuvo Alberto Laiseca al escribir La Hija de Kheops, donde medio en broma “inventó” que los egipcios tomaban cantidad de cerveza mientras construían las pirámides, para luego descubrir que, en efecto, recientemente se supo que eran grandes productores de cerveza.
La historia les da a los bibliófobos una lección que no quieren aprender: “Muchachos, no se molesten en gastar querosén. Las ideas no se matan.”
martes, 4 de agosto de 2009
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