martes, 4 de agosto de 2009

No respetes a los libros


Una vez lei que Fred Astaire no sospotaba usar ropa nueva porque era dura, impecable y no lo dejhaba bailar tan bien como el querñia en su brillante duo con Ginger Rogers. Entonces, cuinaod le trañían un traje nuevo, lo golpeaa contra las paredes y muebles, le saltaba encima, lo enroolaba , se le santaba encima y lo volvñia golpear, y recien entonces se lo pponía para bailart con el : el traje estaba domado.
El hábito de la lectura es algo parecido : hay que golpear a los libros hasta que sepan quién manda aquí.
El hábito de la lectura es contagioso. Pero para contagiarse hay que estar cerca de lectores compulsivos. Los jóvenes entran a la lectura por recomendación de sus pares o de sus ídolos. En los ´70, todos leían a Antonin Artaud , Carlos Castaneda, Foucalt y Rimbaud gracias a que el rockero argentino Luis Alberto Spinetta lo incluia en la letra de sus canciones ( y los mencionaba en los reportajes). Muchos entramos a Antonio Machado y a Mario Benedetti de la mano de los discos de Joan Manuel Serrat. El compositor Pedro Aznar musicalizó maravillosamente a Jorge Luis Borges. Tal vez , para inciar a los jóvenes en la lectura, necesitemos más músicos que le pongan melodía a los textos de nuestros poetas.
El mencionado Daniel Pennac diseñó el Estatuto de Derechos del Lector, que tiene diez artículos : “Tengo derecho a no leer, a saltearme páginas, a no terminar un libro, a releerlo cuantas veces quiera, a leer cualquier cosa, a distraerme leyendo, a leer en cualquier lugar, a curiosear y tocar libros en una biblioteca o librería, a leer en voz alta y a no tener que defender mis gustos personales.”
La única manera de abordar la lectura es perdiéndole el respeto a los libros, usándolos como se nos dé la gana y sin culpas de ningún tipo. Los mismo opina Isabel Allende de la escritura : “ Para escribir hay que perderle el respeto a la palabra . Hay que perder el miedo a los críticos , a los profesores y a los otros escritores . Hay que escribir escribir por el placer de contar, no para ganar premios o para que nos digan que lo hacemos bien.”
Los grandes lectores no son respetuosos ni prolijos. Libro que no te atrapa, no te merece. O tal vez se quede esperándote hasta que lo necesites. Tendríamos que tener menos resquemores de confesar, por ejemplo “tengo en mi biblioteca una docena de libros leídos por la mitad, y otra docena en las que sólo leí el final” . Confieso que jamás logré avanzar más allá del primer capitulo de “Cien años de soledad” de Gabriel García Márquez. Pero leí “Vivir para contarla”, del mismo autor , en cuatro días. Hay muchos libros célebres de los que no leí más que el indice y la contratapa. Tengo muchos libros que me hacen agua a la boca, que a veces entreabro, espiando su interior como si fuera el de una caja de bombones, con cuidado para que no pierdan el olor a nuevos.Son mi kit de emergencia para noches desesperadas.
Otros libros me sirven como referencia. Otros como compañía.Cuando estoy mal leo Dave Barry o Paul Reiser me resultan más terapéuticos que Proust. Leer no tienen que ser un deber, sino un placer absoluto.
Uno tienen derecho a entrar a una librería y curiosear libremente.
Pero lo mejor es entrar a una biblioteca. Las librerías son como las carteleras del cine: muestran solo las novedades de la semana. Lo demás queda archivado en el depósito. Intentemos preguntar en una librería por nuestro libro favorito:. “ ¿ La Isla, de Aldous Huzxley? No lo tenemos “ , “ ¿ El Segundo Sexo, de Simone de Beauvoir? Hace años que no se reedita” , “ ¿Pasiones del Espiritu de Irving Stone? Está agotado.”, “¿ Las Mil y Una noches? ¡ Avíseme si lo consigue!”, “ ¿”Este día perfecto” también traducido como “ Chip el del Ojo Verde”, de Ira Levin?¿ Eso qué es?” . (Es un maravilloso libro de 1970 , que leí en una vieja biblioteca clausurada, que tiene la trama básica de la película “Matrix”, y que no encuentro por ningún lado)
Como en el cine , a veces pasan semanas antes de que en la librería aparezca nada interesante. Y de pronto aparecen tres o cuatro libros que compraríamos con los ojos cerrados. A veces en las librerías de viejo, con paciencia , se encuentran libros valiosos a precios irrisorios.
En una biblioteca tienen todo, y si no tienen lo que uno busca, nos dirán con qué reemplazarlo hasta que lo encontremos. Además, por el precio de un tercio de libro podemos leer todos los libros que el tiempo libre permita.
También se puede empezar a leer pidiendo libros a amigos. Aunque también puede suceder que nuestro mejor amigo tenga gustos literarios diametralmente opuestos a los nuestros. Tengo que reconocer que este método es falible : yo sufrí una enorme decepción cuando mi amiga me recomendó entusiasta un espantoso volumen de Romain Rolland que leí hasta el final intentando descubrir qué le había encontrado de bueno. Pero, en compensación, viví una intensa alegría al comprobar que nos unía el gusto por Augusto Roa Bastos, y – ya más grandecitas - por Simone de Beauvoir .
Mi sugerencia es pensar en qué temas le interesan a uno - ¿ historia, aventuras, viajes, romance, crimen?- y pedir consejo a los lectores avezados o a los bibliotecarios. Los libreros no tienen demasiado oficio, y recomiendan sólo lo que se vende mucho.
Luego hay que abrir el libro al azar tres veces : si en la tercera uno no se queda atrapado en la lectura, sin poder uno detenerse, ese libro merece ser leído,...hasta que nos deje de interesar. Con los años, uno aprende a leer entre lineas, en diagonal- porque nuestra vida es limitada y no podemos leer todo- hasta que queda atrapado, que es generalmente donde empieza lo bueno. Otro consejo: no esperes tener la tarde libre para tumbarte en un sofá con buen a luz y leer sin ser interrumpido. Esto no sucede en la vida de nadie. Leer es algo que se puede hacer en entretiempos , en lapsos vacíos: esperando al tren en el andén , en un tramo de subterráneo de quince minutos, mientras esperamos esa llamada telefónica , mientras hierve el agua de los fideos, haciendo cola en el banco para pagar las facturas, esperando que salga el médico de revisar a la tía en su habitación de hospital , o esperando que el lavarropas termine el ciclo de centrifugado antes de tender la ropa al sol. Si uno lee, todo lo que antes eran tiempo muertos se convierten en tiempos más vivos que la misma realidad.

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