Los escritores escriben sabiendo que un buen texto llega lejos.
Cuando le preguntaron al escritor chileno José Donoso por quçe escribe , respondió : “Hace años visité esa ciudad increíble que es Marrakesh , única por su luz y por su colorido . En la plaza había un grupo de hombres andrajosos, que se habían puesto a contar cuentos. Los rodeaba una multitud boquiabierta que a menudo se reía o emocionaba según el tenor de los relatos. Yo intuía que esas historias eran conocidas por todos , así que resolví quedarme a escucharlos, para descubrir cuál era el secreto de su magia . Entonces sentí que la clave estaba en pertenecer a una raza, una genealogía, a un mundo formado por gente que cuenta cuentos y que experimenta el placer de contarlos . Y decidí que los que yo quería era ser contador de cuentos . Quiero ser un genuino depositario de la memoria tribal , y transmitir historias del mismo modo que lo hacían estos marroquíes “
En una entrevista que le hicieron en Marrakesh a María Kodama, esposa de Jorge Luis Borges, ella contó : “Con Borges nos enamoramos de Marrakesh, ya vinimos varias veces. Cuando vinimos por primera vez, Borges quiso ir enseguida a la plaza Djemma El Fnaa para poder escuchar lo que él decía que debió ser el nacimiento de Las Mil y Una Noches . Aquellos contadores de cuentos que están en las plazas y van contando esas historias que se hilvanan a lo largo de los siglos. Lo curioso es que al tiempo Juan Goytisolo, que vive aquí en la Medina , me envió un recorte de un diario que decía que en la plaza Djemma El Fnaa están relatando uno de los cuentos de Borges “ El acercamiento de Almostasim. Eso nos conmovió muchísimo.”
Donoso había viajado de Chile hasta Marruecos para escuchar , sin saberlo, cuentos de Borges contados en árabe, que afirmaron su voación.
La buena literatura no tienen fronteras, y ese es otro motivo para escribir. Un buen libro hará que su autor esté presentes en sitios que sus pies jamás pisarán.
“Paulus estuvo aquí”es una frase grabada toscamente , en latín, en las paredes de las Catacumbas de San Sebastiano, en la antigua Via Appia de Roma. Esa frase labrada hace veinte siglos con enorme esfuerzo sobre la roca blanca de las colinas romanas está escrita entre otros cientos de graffitis de los primeros años de la era cristiana.
Los graffittis subren los muros de todos los lugares más célebres del mundo. Los graffittis corroyeron las pirámides de Egipto con más empeño que el mismo paso del tiempo y que los saqueos romanos.
Lord Byron grabó su nombre en la piedra del templo de Poseidón de Cabo Sounion, Grecia. La catedral góticas de Estrasburgo tienen graffittis fechados en años como 1751, 1605, 1579, aún perfectamente legibles, tapando irrespetuosamente graffittis doscientos años más viejos.
Imaginemos a ese joven Paulus recién llegado a las catacumbas cristianas polvoriento y con los pies llagados, luego de una peregrinación hasta la capital del Imperio, queriendo encontrarse con los cristianos que resistían construyendo obcecadamente iglesias cristianas sobre los antiguos Mitreos paganos.
¿Qué nos quiso decir Paulus con su graffitti?
Lo mismo que siente uno al leerlo: “Estoy feliz de haber llegado aquí. Lo logré, como lo lograste tú, lector” .
El mensaje de Paulus atravesó dos milenios y llegó a destino.
Al leerlo, todos sentimos la misma pequeña victoria que sintió Paulus, de haber vivido algo importante y poder narrarlo. Quien lo lee siente lo mismo que sintió él cuando estuvo rasqueteando el mármol con esfuerzo, trazando lineas que fueran legibles, en el mejor lugar que encontró: a la altura de los ojos del caminante.
Paulus escribió su graffiti como todas las celebridades literarias escribieron sus obras: con el gozo de contar lo que vivimos, y tratando de hacer sentir al lector lo mismo que sentimos nosotros, burlándonos del tiempo y las distancias.
Al fin y al cabo, todos estamos escribiendo “Yo estuve aquí”.
martes, 4 de agosto de 2009
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