martes, 4 de agosto de 2009

¿ Por qué firmar con seudónimo?

Se supone que un autor se mata escribiendo para que lo lea la mayor cantidad de gente posible. Para lograra esto, se requiere conseguir el reconocimiento de los lectores. Entonces, sería una perdida de tiempo y esfuerzo firmar una obra con un nombre que no es el propio. Sin embargo, son muchos los escritores que optan por usar un alter ego.
Las razones son varias: las hay comerciales - suponiendo que un libro va a vender mejor con un nombre que con otro-, pudorosas - para animarse a contar cosas que comprometerían la propia intimidad, estratégicas - para evitar preconceptos del lector- y las hay con ánimo lúdico, o por salir al baile disfrazado, como una travesura personal.
La moda de los seudónimos es muy antigua. Ya en el siglo XVII . Francois Marie Arouet firmó tanto con el nombre de Voltaire que nadie recordaba su nombre real ni siquiera en su época. En el siglo XVIII abundaban los seudónimos porque nadie quería que trascendiera que una persona respetable estaba metida en el sucio oficio de escribir novelas, algo impropio y frívolo para la época. Por eso mismo, el sofisticado Eric Blair- queriendo evitar que su familia supiera que había frecuentando los bajos fondos de Paris y Londres- firmó como George Orwell, un apellido mucho más vulgar y anodino que el suyo propio, típico de universitario de Eton.
También para no revelar la verdadera identidad, Edward Hamilton Waldo eligió el más intrincado Theodore Sturgeon. Los politicos que escriben tambien se ocultan detrás de nombres falsos. Sadam Hussein firmó como Mahamad Alsaqar su bestseller Zabiba y el rey, y el general Franco firmó como Jaime de Andrade el guión de la película “Raza” y como Jackob Kir sus textos de masonería.
Otros autores eligieron seudónimos para escribir cosas aparentemente diversas. Antonio Machado fue alternativamente Juan de Mairena y Abel Martín; Manuel Vázquez Montalbán firmó como Sixto Cámara, La Baronesa d'Orcy, Luís Dávila, Manolo V el Empecinado o Jack el Decorador. Fernando Pessoa e Italo Svevo- irónicamente- son los que menos pudieron conservar el anonimato de sus falsos nombres.
El exitoso autor de thrillers Jack Higgins firmó como James Graham, Martin Fallon, Hugh Marlow and Harry Patterson, siendo sólo este último su nombre real. ¿El motivo de tanto escondite? Acababa un libro cada tres meses y no podía publicarlos bajo un mismo nombre sin aterrar a los editores por sobresaturación en el mercado. Escondido en sus falsas identidades, él podía ser cinco autores publicando un libro nuevo por año. Lo mismo le pasó a otros autores prolíficos como Stephen King, que – para que le permitieran publicar más libros - firmó sus novelas como Richard Bachman, lo que fue un desacierto de sus editores, ya que sus lectores esperaban un nuevo libro de King . Lo mismo hizo Ian Rankin. El seudónimo de Rankin era Jack (por su hijo) y Harvey ( el apellido de su esposa ), con lo cual los editores quedaron encantados , ya que los apellidos que empiezan con H, I, J, K son los más vendidos porque – al menos en Estados Unidos - ocupan los estantes del medio y es lo primero percibe el comprador al entrar a la librería. Jack Harvey (o sea Ian Rankin) decía encantado que su éxito se debía a que los compradores se confundían su nombre con el de Jack Higgins, favoreciéndolo siempre a él.
Pero hay razones más graves para cambiarse el nombre y renunciar al reconocimiento inmediato.
George Eliot, George Sand e Isaac Dinesen fueron algunas de las tantas damas escritoras que querian escribir otra coa que no fuera la literatura romántica que se les pedía a las mujeres novelistas y así buscaron evitar la discriminación sexual. Atenta a esto, la autora de la saga Harry Potter evitó cuidadosamente firmar como Joanne Elizabeth Rowlings , a sabiendas de que un neutro J.K. Rowlings esquivaría los prejuicios contra la literatura fantástica femenina que existen hasta hoy, y que olvidan maquiavélicamente que Mary Shelley fue la autora del inmortal Frankenstein.
Novelistas y en especial, poetas, buscan seudónimos para ocultar nombres posiblemente cacófonos. La premiada chilena Esther Huneus de Claro eligió el poético Marcela Paz para su ego creativo. Lucila Godoy Alcayaga, adoptó su seudónimo de Gabriela Mistral inspirada en la obra de Gabriel D'Annunzio y Fréderic Mistral. Y Ricardo Eliezer Neftalí Reyes Basoalto firmó como Pablo Neruda para ganar el Nobel de Literatura.
Últimamente hay una vuelta de tuerca hacia una suerte de discriminación al revés: varones que quieren escribir novelas románticas firman como mujeres, suponiendo que, si no lo hacen, las lectoras no las comprarán. Sólo recientemente se supo en el Reino Unido que Emma Blair se llama en verdad Ian Blair, Jessica Stirling es Hugh C Rae, y Jill Sanderson nació Roger Sanderson.
En el masculino mundo del comic y el humor gráfico, muchas mujeres adrede usan sus seudónimos neutros- que no dejen entrever si son hombres o mujeres- o firman con sus iniciales, como hace la colombiana Consuelo Lago, cuyo público creyó durante 34 años de publicar en “El Tiempo” de Bogotá que “C. Lago” era un varón. Otro tanto le sucede a la venezolana Rayma Suprani, que desde hace años hace humor en el diario “El Universal” de Caracas, y solo ahora que su foto ilustra la pagina de humor de la revista del diario se supo que Rayma no el apellido de un hombre, sino el nombre de una mujer.
La artista de comics estadounidense Dale Messick-, autora de la famosa tira Brenda Starr- cambió a su nombre Dalia por Dale, para que los editores no evaluaran su trabajo calculando que estaba hecho por manos femeninas. “Solo cuando firmé Dale me comenzaron publicar”, afirma. Su editor insistió en que ella siguiera usando el apodo masculino, para lograr la aceptación del público. Una pena, porque si todas las autoras firman con nombre de hombre, se seguirá creyendo que las mujeres no pueden crear, cuando lo que sucede es que no las publican.
También hay motivos creativos para ocultar la identidad.
Manuel Vázquez Montalbán opina que los seudónimos son un recurso literario más “Cuando uno escribe bajo seudónimo, escribe diferente porque se mete en la piel de un personaje. Un escritor siempre es su personaje: Kafka es su personaje, Tabucchi es su personaje... A veces hace falta exagerar eso y buscar un personaje dentro del cual te sientes diferente, como cuando en un baile da máscaras te pones una máscara y pasas a ser una persona diferente. De hecho, los seudónimos son una máscara.”

La eterna búsqueda es siempre en torno a lo mismo: ¿Cómo escribo mejor? ¿Qué quieren los lectores? ¿Cómo los convenzo de que mi nombre indica que lo mío vale la pena? Por ende, ¿cómo se elige el seudónimo?
Autores de todo el mundo se martirizan pensando si un cambio de marca registrada logrará un cambio de perfil (o un aumento en el volumen de las ventas, seamos honestos). Y se debaten en complicados cambios de identidad, como cuando Adolfo Bryce Echenique optó por simplificar a Adolfo Bryce, Juan Carlos Martini trocó en los 90 a Juan Martini, o cuando Fogwill obligó a todos a olvidar su nombre de pila. Mientras tanto, Griselda Gambaro sufre corrigiendo a sus interlocutores para que la esdrujulicen a Gámbaro, porque “Gambáro no existe en Italia ni en ninguna parte ”.
Los autores de apellido impronunciable, siempre fantaseamos con la idea de firmar con nombre de fácil memorización, como los que han llevado a la fama a las divas del cine. Se sabe que las iniciales repetidas son pasaporte al éxito internacional, por recordables: Marilyn Monroe (nacida Norma Jean Baker), Brigitte Bardot, Claudia Cardinale, Charles Chaplin , Marcello Mastroianni, Tina Turner( Anna Mae Bullock), Doris Day (Doris Mary Anne von Kappelhoff), Donald Duck, Mickey Mouse, Bugs Bunny, Duffy Duck…
Los nombres cortos con sílabas que casi riman también son pegadizas: Alain Delon, Dan Brown, King Kong…Cuanto más corto, mejor. Paul Hewson no hubiera llegado adonde llegó si no hubiera adoptado el nombre del audífono ortopédico “Bono”, domo se conoce al cantante líder de U2. Farrock Bulsara no daba para rock, y se rebautizó Freddy Mercury. Al boxeador. Cassius Clay le fue mejor como tal que como Muhammad Alí. Y Cat Stevens ganó el mundo con sus canciones, para pasar al olvido cuando se rebautizó Yusuf Islam.
A Angélica Gorodischer no le fue mal con su intrincado apellido de casada, pese a que con el suyo propio tendría una bella doble inicial para encabezar cualquier diccionario de autores o bibliografía por orden alfabético: Angélica Arcal. Pero ella- que es bien feminista- lo justifica, con razón, diciendo “no hay apellidos de mujer. Todos los apellidos son apellidos de hombre: si yo usara mi apellido de soltera, sería el de mi padre, y se usara el de mi mamá seria el de mi abuelo paterno”.
Erica Mann también adoptó el apellido de su ex marido chino -Jong - para estar en la mitad de los estantes y darle un impulso extra a las ventas de su humor erótico.
Quizás por la dificultad de hallar un seudónimo adecuado, Arnold Schwarzenegger y John Katzenbach conservaron sus apellidos natales. Son tan difíciles de pronunciar que la gente se esfuerza el doble en memorizarlos para pedir el video o el último thriller. Bajo el punto de vista semántico, Katzenbach debería dedicarse más a la literatura infantil, dado que su apellido que significa “Arroyo de los gatos”, nombre poco feliz para quien escribe sobre asesinos.
Dado que el significado semántico no es para despreciar, uno se queda pensando si no debiera empezar a firmar como Max Exit, por Máximo Éxito. Claro que “exit” en inglés podría significar una peligrosa salida abrupta del mundo de las letras. Mejor sería Laura Nobel, por laureles y premios…aunque “no-bel”, puede interpretarse lacanianamente como algo que no es bello. También conocí a una Vera Top a quien con gusto le hubiera robado el nombre si ella no hubiera sido sólo una empleada administrativa canadiense sin muchas luces. Mega Starr también suena prometedor si no porque “mega” se aplica más a frecuencias radiales y hamburguesas gigantes y Starr era el sinónimo del menos reconocido de los Beatles, Richard Starkey. Tal vez entonces funcione el apellido Lennon…pero nos recuerda un triste fin.
En suma, podemos debatirnos infinitamente, consultar Tarot, I Ching y numerología sin hallar el nombre ideal.
¿Pero vale la pena usar seudónimo?
Tal vez la única preocupación de los escritores sería olvidar el tema de la firma, y escribir tan, pero tan bien, que nuestros escritos acaben siendo anónimos.

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