En una nota en el diario El País, el escritor Alberto Manguel dijo que el placer de leer es “una de las formas más alegres, más generosas, más eficaces de ser conscientes.”
¿No parece que estuviera hablando del proceso de la escritura?
Veamos si difieren las razones por las que vale la pena leer, de las razones por las que vale la pena escribir.
Razones para escribir hay tantas como escritores. Pero muchos escritores de todos los tiempos coinciden en afirmar que “escribo para saber qué opino”. En otros tiempos, muchos afirmaban “pienso sólo a través de la pluma”. En la actual época del software, muchos dicen “sólo pienso a través del teclado” o “no veo la hora de sentarme a escribir para saber qué pienso de un tema”.
“Leer nos permite adquirir conciencia del mundo y de nosotros mismos. La lectura añade a la obsesiva búsqueda de nosotros mismos la consolación del placer”, dice Manguel. “Leer es la forma más eficaz de ser conciente.”Escribir, por lo tanto, redobla la eficacia de la conciencia.
Manguel también compara el placer de leer en intimidad con el de compartir esa intimidad con otro, anticipando que el otro disfrutará una lectura tanto como uno mismo: “Acabo de leer un párrafo que me encanta y, antes de cerrar el libro o pasar a otra página, quiero leérselo a otros, regalar a un amigo el nuevo placer descubierto, formar un pequeño ruedo de admiradores de ese texto. Dar un libro a otro lector es decirle: "Éste fue mi espejo; ojalá sea el tuyo". Es así como creamos asociaciones de lectores que tienen algo de sociedades secretas, y es gracias a ellas que ciertos autores no han desaparecido de nuestras bibliotecas canónicas.”
Para los escritores, ese placer nace de saberse leídos e interpretados. Escribir es como prestarle a otro el propio libro de nuestros pensamientos, regalarle un trozo de nuestro cerebro, como si fuera un fragmento del espejo que menciona Manguel.
Manguel también rescata el placer de leer textos malos: “Que un libro nos parezca pésimo, no significa que no nos pueda dar placer. Los grandes poetas nos deleitan; otros menos agraciados también son capaces de hacerlo. Igual hacen los lectores con cierta mala literatura. Parafraseando a Wilde, yo diría que hay que tener un corazón de piedra para no morirse de risa ante ciertas páginas de Azorín o de Ángeles Mastreta.” Todos los escritores han escrito páginas pésimas que no les han dado menor placer que las más sublimes. El proceso es un disfrute, aunque sea, para reírse de uno mismo.
“Un buen escritor es capaz de revelarnos lo que no sabíamos que sabíamos. El lector sabe que, en tales casos, el placer no resulta de la sorpresa, que es obra del azar, sino de la confirmación de algo que ya ha intuido vagamente.”, dice Manguel. Lo mismo afirma el novelista americano John Irving de la escritura: “El lector también disfruta adivinando lo que va a pasar, pero si de hecho lo adivina, se aburre. Adivinar es algo placentero, pero también lo es que a uno lo sorprendan."
Aquí también los extremos de ese puente llamado libro – el lector y el autor – se vuelven a tocar. John Irving recomienda no escribir sin pensar en para quién: “Piensa en el lector, ¿Quién es ese lector? Pienso en él como alguien mucho más inteligente que yo, pero que es un chico, una suerte de prodigio hiperactivo, un mago de la lectura. Consigue interesar al chico y lo soportará todo- también lo entenderá todo. Pero si no logras despertar el interés del chico desde el comienzo, jamás retornará a tí. Este es tu lector: paradójicamente, se trata de un genio cuyo tiempo de concentración es el de un conejo.” El prolífico autor de “El mundo según Garp” insiste en que lo esencial de la buena escritura es que el lector se compelido a terminar el libro: “Si los primeros lectores terminan el libro y les dicen a sus amigos que deben leerlo sí o sí, el libro se convierte en best seller .Uno no le dice a sus amigos que debe leer sí o sí un libro que no pudo terminar.”
Lo esencial al leer, es que un libro no nos aburra.
Lo esencial, al escribir, es no aburrir.
martes, 4 de agosto de 2009
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