martes, 4 de agosto de 2009

La más incomprendida de las artes


De todas las expresiones artísticas, la literatura es la más exigida.
En ninguna parte del mundo es fácil para un escritor lograr un sitio de respeto en la comunidad literaria.Existe un acendrado prejuicio en torno a qué es literatura y qué no, qué libro es valioso y cuál no.
Se tiende a despreciar el 90% de los libros publicados, y estos se separan en “literatura” y el resto: libros de autoayuda, de humor, de cocina , biografías oportunistas, textos legales, escolares, de medicina...Hace poco lei a un escritor que antes se lamentaba diciendo que en otros tiempos se separaba lo que era folletín de la literatura, y que ahora se mezcla todo.
La verdad es que el lector de raza lee toda palabra escrita que pasa por sus manos : volantes publicitarios, folletos de propaganda, avisos necrológicos, carteles en la calle...En todo encuentra sorpresas, destellos, sonrisas . Donde no encuentra iluminación , encuentra gracia. Los libros malos son muy útiles para que los buenos se luzcan más aún. Un libro malo enseña más a escribir que uno bueno, porque uno se indigna tanto con lo mal hecho, que siente unas tremendas ganas de corregir tanto error. Pero las vacas sagradas de la literatura no lo ven así. Todo escritor célebre confiesa en entrevista haberse inciado en la literatura a través de historietas , luego cuentos de ciencia ficción , para pasar a abrevar en historias de terror, Lovecraft, Tolkien, Poe ....y ahí ya está leyendo literatura “seria”. Juan Gelman y Ricardo Piglia se iniciaron en la literatura leyendo las “ediciones imposibles de Tor, que eran muy baratas pero tenían un número de páginas determinado, y si la novela duraba más, peor para la novela...¡eran versiones interrumpidas!”( Juan Gelman)
Ni los artistas plásticos ni los cineastas son tan despectivos con sus pares como lo son los escritores. Alabar a Jackie Collins en Estados Unidos es tan vergonzante como destacar las virtudes de José Narsoky en la Argentina ( alguien que vendió más libros que José Luis Borges). Si un cineasta le comenta a otro que vio “ Godzilla” , ambos se quedarán encantados comentando lo que se divirtieron con cada error del film en el que el monstruo llega a Nueva York desde el túnel del subterraneo en el cual, dada su envergadura, jamás pudo haber entrado. Los amantes del cine pueden reconocer sin tapujos que un corto de bajo presupuesto o una de Woody Allen los divirtió más que una de Bergman. Pero los amantes de la literatura no admiten que Corín Tellado o Bill Cosby les divierta más que Proust o Stendhal.
Tal vez esto se deba a que, como leer un libro implica mayor tiempo y compromiso intelectual que mirar un film durante una hora, se le exige más al libro que al film .Pero si así fuera, los libros de humor gráfico serían best sellers absolutos. Sin embargo, nunca reciben críticas literarias y son ignorados por los organismos culturales de casi todos los países ( menos España, Francia e Italia).
A la literatura se le niega su función de ofrecer relax, placer y disfrute del que gozan las artes plásticas, el cine y el teatro. Es como si - de entre todas las artes-, la literatura sufriera un estigma puritano y evangelizador que obligara a todo libro a ser -antes que nada- serio, riguroso, ejemplificador, testimonial, complejo , “ literario”. Y que lo que está escrito para dar placer o divertir, vale menos que lo que está para emocionar o enseñar. Se da por entendido que tragedia vale más que comedia.
Los mismos críticos de artes plásticas , teatro y cine son siempre más condescendientes y benévolos que los críticos literarios. Al menos, si tienen que hablar mal de una obra, se dedican a vituperar lo que consideren un mal film. Los críticos de libros ni siquiera se molestan en hacer eso : simplemente, ignoran lo que no consideran literatura valiosa. Muy pocos criticos se entregan a los libros con el corazón ligero, como quien sube a una montaña rusa a ver cuánto se marea .
Leer tiene que ser una fiesta. Quienes valoran la literatura por el trabajo que da ingresar a ella están haciendoles creer a los lectores que leer es una empresa torturante. Según Manlio Sgalambro, “leer para formarse es un detestable uso del libro. Leer es un modo de existir” . (“Del pensare breve”, citado por Fernando Savater en su “Diccionario Filosófico”)

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